sábado, 10 de noviembre de 2007

TENGO UN FUTBOLISTA EN CASA


Tengo un futbolista en casa, es decir, un proyecto de futbolista, que se entrena dos días en semana y juega un partido cada viernes con su equipo de alevines, mi hijo de once años, Alfonso. Ayer jugó por la tarde con su equipo y ganaron 4 a 3, de los cuales dos goles fueron de esa estrella en potencia que es mi niño.

Pero esta semana le han convocado para jugar también hoy sábado con el equipo de infantiles, alegría para él, que ha jugado con un equipo superior, y no tanta para mí que he tenido que madrugar para llevarle al campo de fútbol en uno de los dos días que puedo quedarme vagueando un rato más en la cama. Sin embargo, no puedo por menos que escribir sobre la experiencia, divertida y esclarecedora, que he vivido.

Hoy he llegado a la conclusión de que muchos de los padres de esos niños que jugaban, llevan un futbolista dentro que se les escapaba por los pies cada vez que el balón salía fuera del campo y ellos acudían raudos a pegarle un chupinazo, exhibiéndose disimuladamente, para meterlo de nuevo en el área; otros, llevan un árbitro que juzga con pasmosa clarividencia jugadas comprometedoras, aunque se encuentren tan lejos de donde se producen que ni con un catalejo podrían ver, lo cual no les impedía gritar: ¡Falta!, ¡Mano!, ¡Arbitro, ¿es que no lo has visto?!, y a lo que yo he pensado: “Dios mío, y él ¿cómo ha podido ver nada?. Pero la conclusión más clara y contundente a la que he llegado es que TODOS LOS PADRES SON ENTRENADORES.

Si en el campo estábamos unos treinta espectadores, más o menos, cuatro éramos madres de las criaturas y el resto eran padres, algún abuelo, un par de allegados y los dos entrenadores (éstos de verdad) de los equipos, lo que viene siendo el “público” de cada partido, ¡vamos!, Pues las órdenes directas, sabias y puntuales, precedidas del nombre del jugador, venían, lo menos, de diecisiete voces diferentes, así a grosso modo.

Esa ciencia infusa que debe apoderarse del padre del niño, en cuanto su hijo se viste con la camiseta y el pantalón de su equipo y calza las zapatillas de tacos, les convierte en una especie de filón de sabiduría futbolera que ríanse ustedes de las órdenes de Bernd Schuster y de las de Frank Rijkaard, gritos como estos que siguen: ¡Javi, pégate al ocho!, ¡David, adelántate, hombre, no ves que el siete está solo!, ¡Borja, por la banda, por la banda! Y todo tipo de directrices que a mí me han hecho envidiar esa facilidad de palabra y ese amplio conocimiento de los términos del deporte rey.

La cosa es que un sentimiento absoluto de culpabilidad e ignorancia en estas lides me ha invadido y, aún a riesgo de meter la pata, me he visto obligada a gritar un par de veces ¡falta! cuando alguno del equipo contrario se ha pegado peligrosamente a mi niño, y también unos cuantos ¡Alfonso, chuta! y ¡Venga, centra!, porque yo no sabré mucho de fútbol pero a animar no me gana nadie.

El resultado poco importa, todos han sudado la camiseta, niños y padres, y yo he venido con la garganta tocada y dispuesta a estudiarme el reglamento de fútbol para poder gritar en el próximo partido: ¡Fuera de juego!, que me hace mucha ilusión.

futbol

3 comentarios:

  1. Shikilla, sentimos un poco de "caida de baba" en este artículo, por otra parte normal y razonable, ya que nuestros hijos son lo mejor que tenemos y sus exitos nos llenan de alegria.

    Además, practicar deporte es muy bueno, así que ¡viva tu futbolista!... y que ganen muchos partidos.

    Besotes,

    Ana y Víctor.

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  2. Gracias Ana y Victor, tenéis razón, se nos cae la baba con los hijos, y, cierto que el deporte es la mejor de las actividades para que desarrollen una mens sana in corpore sano. :)

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  3. :-) buenisimo, jajaja... a ver si va a ser el furuto del equipo colchonero.

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