viernes, 7 de noviembre de 2008

PRESA FÁCIL


Creo que se ha corrido la voz de que soy una presa fácil. Todos se han puesto de acuerdo para llamarme a la hora de la siesta y hacerme todo tipo de proposiciones. En ese intervalo sagrado que va desde que me tomo el café hasta que aparece en la tele la pandilla idolatrada por Mercedes Milá, los de Gran Hermano 10, o GH10, porque hay que ver el partido que se le saca a la letra G últimamente, que si el G8, que si el G20, que si GH10, aún recuerdo cuando lo único que era G, además de los famosos Hombres G, era ese punto fantasma que todos tenemos en la mente, y algunas afortunadas, además, en otro sitio.

Bien, pues a mí, como decía, en ese espacio de tiempo en el que soy dulcemente mecida por el runrún del televisor y, ligeramente traspuesta, me dispongo a cruzar la frontera que separa la realidad del sueño Express y reparador, vulgarmente llamado “cabezadita”, siempre me suena el maldito teléfono una o varias veces.

El número siempre oculto, siempre privado, y al otro lado del hilo telefónico una voz que puede adquirir diversos sonidos, colores, matices; que puede ser aterciopelada, cantarina, hueca; que posee acento español, argentino, uruguayo; una voz de hombre, de mujer, con sonido metálico, impersonal…Una voz que, sin embargo, sabe todo sobre mí, mi nombre y mis dos apellidos, mi dirección, mi profesión, estoy segura que hasta saben mi año de nacimiento y el número de piezas dentales en las que tengo hecha una endodoncia.

Yo no sé nada de esa voz anónima que se esconde tras el “número privado” y que siempre acaba convenciéndome, ganándome para su causa, haciéndome sierva suya, apresándome entre sus sílabas que, a modo de enredadera, enrolla alrededor de mi garganta de modo que no puedo articular otras palabras que no sean: “De acuerdo”.

Cuando cuelgo el teléfono y salgo del estado hipnótico me doy cuenta de que ¡soy una presa fácil!. En los últimos meses he contratado una tarjeta oro, me he suscrito a la revista de Ana Rosa Quintana (sí, lo sé, pero me regalaban una sandwichera), me he hecho socia de la AECC (esto, al fin y al cabo, es una buena causa) y he contestado a una encuesta anónima de más de 50 preguntas donde me he visto en la obligación de mentir en alguna de ellas, creo que es en la que todos mentimos, así que no voy a desvelarla.

Pero, esta tarde, cuando fiel a su cita, el teléfono ha sonado justo al lado de mi cabeza que, tranquilamente, reposaba sobre un cojín, mientras el resto del cuerpo yacía tirado todo lo largo que es en el sofá, he tomado una sublime decisión: Hoy no podrán conmigo, seré fuerte, si he podido dejar el tabaco (de momento), también puedo mantenerme firme frente a cualquier cosa que me propongan, por muy ventajosa que sea, por mucho que me parezca la oferta del siglo e incluso aunque me regalen el cuchillo multiusos, la yogurtera o la torre de colores de tupperware.

Y estoy orgullosa de mí misma, he sido una roca inamovible, ni siquiera he pronunciado el famoso “de acuerdo”, solamente he dicho unas dos veces: “vale”, pero que sonaba frío y lejano.

Cuando la voz, masculina y sensual, todo hay que decirlo, me ha propuesto un seguro de accidentes como quien propone salir a cenar o al teatro, con la misma dulce cadencia, un seguro de hospitalización, de cirugía estética reparadora, (que solamente se podía usar por accidente, que me he enterado), etc.., y después de pasarme todo el rato diciendo para mis adentros “¡lagarto, lagarto!” y en voz alta “vale, vale”, he esperado inútilmente que me hiciera un hueco para poder insertar algo más de dos palabras, pero sólo cuando mi interlocutor ha terminado de soltar su rollo he podido decir algo.

Dubitativa, porque no sabía exactamente qué excusa poner, ¡que ésa es otra!, encima de que son ellos los que allanan tu intimidad, eres tú la que tienes que buscar excusas, mentir al fin y al cabo, que a ver ¿qué necesidad tengo yo de cometer esos pecadillos? ¡Ninguna!, bien está mentir en una encuesta por salvar, digamos, la vanidad, pero mentir por mentir es tontería. A pesar de todo eso, le dije: “Ya tengo seguro”, con el mismo tono con el que decíamos: “Tenemos hucha” a los que venían pidiendo: “Una limosnita para el Domund” a casa, cuando éramos pequeños.

La diferencia estriba en que entonces no mentía, porque mi hermana y yo siempre nos apuntábamos a postular por todo lo postulable, chinitos, negritos, Domund y fiestas de guardar. Antes sí que era fuerte, le sacaba una monedita al más pintado con mi hucha de chinito, pero ahora…¡soy una presa tan fácil!

12 comentarios:

  1. ¿Sabes una cosa, Shikilla? que a mí podrán despertarme de mi cabezadita en el sillón pero te aseguro que la siesta, con la experiencia adquirida, no me la "joroban" ni borracho (bueno, borracho, menos)
    Táctica a seguir y que te aconsejo.
    ¿Digame?
    (Comienzo de rollo melodioso, probablemente argentino, ofreciendote, nueva compañía y tarifa para internet, nuevo contrato para el móvil, nueva combinación de tarifa contratando gas y electricidad, etc.etc.)
    Antes de que haya transcurrido más de medio minuto, con voz temblorosa de anciano decrépito les espeto:
    Soy muy mayor y yo de esas cosas no entiendo, mis hijos no están nunca en casa, me encuentro yo sólo... antes de terminar de pronunciar la palabra sólo,,,
    Vale, vale, no se preocupe, adiós.
    Nunca me ha fallado, pruebalo y verás.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Hola Shiklla:

    Terly tiene su truco y yo el mío.
    Normalmente cuando esa voz sensual dice... ¿Vos sos el señor de la cassssa? ¡Sí! respondo... Mire le llamo de la compañía patatín... Lo inmediato es decirle ¡Trabajo en telefonía! o en seguros, o en el sector que sea.

    Otro, el de mi hermana, cuando preguntan por el señor de la casa, dice ¡sí, soy yo! a lo que le responden ¿es usted Andrés fififi? y les dice... Sí, si, ¿no se me nota en la voz? Normalmente cuelgan.

    Besos

    ResponderEliminar
  3. Aunque, como a todo hijo de vecino, habrá que respetar su trabajo, pero es que llaman a unas horitas...

    ResponderEliminar
  4. Yo empleo la primera solución de Jesús Arroyo, además de:
    ¡Estoy conduciendo, lo siento, adiós!
    ¡Ezdoy un boquito bodachooo!
    (con voz bajita)¡Estoy en un funeral...!¡respete mi dolor, por favor!
    O el más directo:
    ¡No se moleste, NO!
    A la hora de la siesta, el teléfono fijo está desconectado y el móvil, generalmente también.
    Besotes.

    ResponderEliminar
  5. algunas afortunadas? :-D que mito, ¿no? yo creía que eso lo tenemos todas.

    ResponderEliminar
  6. Lo probaré, Terly, solo que no sé si me saldrá la voz de ancianita decrépita convincente, a lo mejor me da la risa y me descubro.

    Un beso

    ResponderEliminar
  7. Jesús, me mondo con el truco de tu hermana, jajaja, debe desconcertar al que llame.

    Un beso

    ResponderEliminar
  8. Pedro, el de que estoy un poco "bodacho" me gusta, a lo mejor lo adopto, no creo que se atrevan a convencer a alguien que está bajo los efectos del alcohol, no serán tan capullos ¿o si?

    Besos

    ResponderEliminar
  9. Brigate, a lo mejor lo que unos llaman G otros le llaman H, ¡vete tú a saber!.

    Besitos

    ResponderEliminar
  10. tan fácil no eres, el seguro no lo compraste...
    Un beso!
    PD: Tienes la enciclopedia británica? me permites cinco minutos?

    ResponderEliminar
  11. A mí me sucede algo parecido que coincide con la fiesta de ronquidos y babeo que me marco desde que empieza “Sé Lo Que Hicisteis”, hasta que termina su intervención el `pequeño Ángel; que por cierto es el que más me gusta por los lenguaraz y cañero que es el niño. La sempiterna llamadita, con su sempiterna dulzura envuelta en sempiternos acentos de allende los mares... ¿compañías instaladas allá, como en la India el correspondiente del mundo anglosajón?... ¡Qui lo sá!, pero sempiterna y puntual la llamada.

    Uno que no es de natural poético, como nuestra vigente anfitriona, doña Shikilla, opta por el exabrupto, como contraste a las armonías de todas esas voces, que son una sola voz. Y al referido respingo, en un suma y sigue, acompaño de una cascada de secreciones bucales que unidas a los ojos lanzados contra la pared, componen un cuadro de inexplicable fealdad, contra la pared más cercana, todo acompañado con más ¡coños! que cualquier otra palabra; no sirve de nada: mañana, entre coño y coño, desgañitando febrilmente opondré a la dulzura poscolonial de sus voces la mía, para decirles que me borren de su base de datos: no sirve de nada. Seguiré llevándome las mismas que si de ser exquisito y poético estuviese conformado.

    ResponderEliminar
  12. Hola Shiki, mi truco es decir con voz provinciana, "no está la señora...." o bajar el timbre del teléfono ...o no recostarme y escribir mensajes en los blogs.
    Besos

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu opinión.