domingo, 30 de agosto de 2009

LAS MALAS PERSONAS



La reacción lógica ante las continuas noticias de vejaciones, secuestros, desapariciones de chicas adolescentes y jóvenes que luego aparecen asesinadas o violadas o ambas cosas, o que no aparecen ni vivas ni muertas, o que incluso conviven durante años con sus secuestradores y violadores como ha sucedido recientemente en EE.UU con la joven Jaycee Lee Dugard y, hace algo más de tiempo, a la niña austríaca Natascha Kampusch, por nombrar tan sólo un par de casos; lo lógico, decía, es pensar que los autores de tales hechos son unos malnacidos, para seguidamente aplicarles una serie de insultos que no voy a citar y que todos podemos fácilmente imaginar.

En las cabezas de la gente normal no puede caber que alguien en su sano juicio pueda cometer esas atrocidades sin tener una lucha interior con su conciencia que le haga derrumbarse, confesar su crimen, arrepentirse, etc... como no puede caber en una mente normal que alguien pueda participar en la búsqueda de la víctima siendo su verdugo, o tener a sus propias hijas secuestradas, por ejemplo.

¿Cómo definir a esas “personas” que no sólo cometen un crimen, sino que silencian, guardan, disimulan y viven llevando esa carga dentro de ellos, una carga que a cualquier persona normal le bastaría para destrozarle por dentro y por fuera y que ellos parecen ignorar hasta hacerles aparecer ante los ojos de sus vecinos, allegados o amigos como gente normal y corriente, como apacibles conciudadanos?. Para mí tienen un nombre, aunque puedan tener otros, aquellos que los profesionales en estos temas les den, malas personas, para mí son malas personas, o personas malas, que no sé muy bien si existe alguna diferencia, mala gente con malas intenciones, que hace daño, que hiere, que mata y es capaz de vivir con eso.

No soy psicóloga y, por lo tanto, desconozco si la mala persona nace o se hace. He leído que la personalidad es el comportamiento que surge de la interacción de los aspectos biológicos y el ambiente social y físico y que esto haría referencia tanto a aspectos de temperamento y carácter como a cognitivos e intelectuales. Según dice mi amiga Marisol, que sí es psicóloga, el carácter es algo que difícilmente se puede cambiar, es lo que realmente nos distingue a unos de otros. Moldeado a lo largo de nuestra vida, quizás sea esto lo que hace que me plantee muchas más preguntas, como por ejemplo: ¿es posible detectar indicios en la niñez, cuando se está formando nuestro carácter, que nos indiquen quienes pueden llegar a ser malas personas y poder combatir esa inclinación?

Por otra parte, también ahora proliferan las opiniones a favor y en contra de modificar y endurecer la Ley para que las víctimas no se sientan indefensas por el hecho de que su verdugo sea un menor. Javier Urra, psicólogo forense en la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgados de Menores de Madrid, dice: “Todo ser humano necesita unos límites aunque sea para romperlos. Si tu hijo a los cinco años te toma por el pito del sereno a los quince años se hará con la situación. Y esto es grave para él, para ti y para la sociedad que luego se volverá en su contra”, lo cual nos hace pensar que los padres somos una parte importante en la buena marcha de todo este tinglado. Pero también pone en nuestras manos una carga demasiado grande: la responsabilidad de entregar a la sociedad buenas personas, ¿Debemos pensar que a todos los padres de los asesinos y violadores se les escapó de las manos o no supieron poner los límites precisos para que sus hijos no se convirtieran en monstruos?.

Y hablando de padres, no puedo imaginar el dolor de todos esos padres que han tenido que asistir a la muerte o desaparición de sus hijos porque un día se cruzó en sus caminos una “mala persona”, tiene que haber un infierno, un infierno mayor que el de perder un hijo, para esas malas personas que parecen no sentir ni padecer, aquí o más allá de este lugar, un infierno que les haga arrepentirse cada día no sólo de su crimen, sino de haber nacido.

miércoles, 19 de agosto de 2009

LA MIEL EN LOS LABIOS


Al volver de las vacaciones siempre tengo la impresión de que el inventor de las mismas debió ser un tipo bromista, quizás algo morboso, pero sobre todo con un índice de crueldad muy elevado. La miel en los labios, eso es lo que hacen las vacaciones, ponerte la miel en los labios. Pero ¡ah, amigo!, no te engañes, no degustarás más que unas pequeñas gotitas.

Cuando mejor está uno, cuando ya has conseguido acostumbrar a tu cuerpo a que no es necesario que se despierte a las siete de la mañana, cuando has perdido el respeto al reloj y te da lo mismo comer a las dos que a las cinco, o acostarte a las tres de la madrugada sin sentir ningún tipo de culpabilidad añadida, cuando estás a punto de aprehender entre tus manos el verdadero sentido de la libertad, entonces, sin avisar, llega el maldito momento de despertar de tu sueño, acunado pacientemente durante todo el año, a veces, un sueño amasado y cocido como un pan amorosamente preparado, que reservamos ya con muchos meses de antelación.

Aunque pudiera parecer lo contrario, no hay que dejarse engañar, las vacaciones no son para relajarte y descansar, las vacaciones son para fastidiarle a uno, pasarle por delante de las narices la buena vida, idílica y falsa, una vida cómoda en la que ni siquiera tienes que preocuparte por la vestimenta cada día, a pesar de haberte llevado una maleta enorme llena de ropa y zapatos , solamente utilizarás la tercera parte de lo que llevaste, o menos, incluido el calzado, cosa inútil por demás si vas de vacaciones a la playa, ya que las chanclas parecerán pegadas con superglú a tus pies desde por la mañana hasta la noche, ¡qué cómodas, oye!.

Muchas veces me he preguntado por qué arrastro cada año una maletona más grande que yo por estaciones y escaleras mecánicas cuando todo lo que me pongo en mis vacaciones cabría en uno de esos maletines de fin de semana, pero da igual, siempre caigo en el mismo error.

Reflexionando sobre lo expuesto, ¿no estáis de acuerdo conmigo en mis conclusiones?
1.- Las vacaciones son crueles.
2.- Las chanclas son muy cómodas.
2.- La ropa que nos llevamos en la maleta siempre es excesiva.

Pues aquí estoy, recordando el sonido del mar, el sabor salado de los besos de mis hijos en la playa, alguna frase del último libro leído bajo la sombrilla, de Ángela Becerra, por cierto, y con una contractura que requerirá fisioterapia, no sé si será de la maleta o del estrés que me producía saber que ese paraíso no era para siempre.



Imagen: La autora, yo misma, María Rosa Rodríguez, me estoy estrenando como fotógrafa, así que si a alguien le gusta, puede usarla sin miedo.