domingo, 20 de diciembre de 2009

LA NAVIDAD



Llega el tiempo en que la palabra se suaviza y el gesto se dulcifica, tiempo de manos estrechadas y besos estrellados, por donde quiera que vamos. Generosa dádiva, que a muchos les parecerá despilfarro de cariño. De repente, nos convertimos en sembradores de buenos deseos y felicidad; usamos, durante unos días, la vieja fórmula que nos hemos pasado de generación en generación para salir del paso en estos días, pero solamente hasta el 31 de diciembre, en el que a partir de las 00,00 horas, cambiamos por otra, igualmente antigua y conocida.

La Navidad está aquí, a la puerta de las casas en este invierno tardío que quiere recuperar el tiempo y nos pinta las mejillas y la punta de la nariz de rojo helador, como ese personaje que nos ha traído la costumbre foránea, Rodolfo el reno. La Navidad está aquí y comienza con la cantinela entrañable de unos niños que reparten premios y sigue con nuestra propia cantinela repartiendo sonrisas:¡Felices Pascuas!, ¡Feliz Navidad!.

Pero, sobre todo, la Navidad está aquí año tras año porque un día Dios se hizo hombre y hubo quienes creyeron, vieron y amaron, escucharon la Palabra y le siguieron. El origen está en Él y Él es el principio, también es el fin para quienes le amamos.

La Navidad tiene sus partidarios y sus detractores, salvo en los niños, entre los cuales no he encontrado ninguno que reniegue de ella o la rechace. Quizás el secreto esté en hacerse niño, mirar con ojos inocentes estos días y despojarnos de todo lo que no sea ilusión, amor al prójimo, esperanza en que se cumplirán nuestros buenos deseos para con los demás y para con nosotros mismos.

De intentarlo, tenemos que hacerlo pronto y con ganas, entre otras cosas porque “El Enemigo no duerme”, nos sigue a todas partes, pero nada podrá contra nosotros si permanecemos unidos a Jesús. Enemigos, lamentablemente, hay muchos, Dios solamente uno, aunque le llamemos de distintas maneras.

Lo dicho, amigos, llega la Navidad y yo también siembro en vosotros mis mejores deseos de felicidad, para que fructifiquen y podáis ser vosotros también sembradores de paz.

viernes, 11 de diciembre de 2009

SEVILLA



Después de los días de vacaciones de este puente en los que he estado en Sevilla, aunque ya conocía la ciudad, he de confesar que siempre hay algo nuevo, algo que me sorprende, que me enamora, que me atrae y hay algo también que tengo que decir:

Si me pierdo algún día, que me busquen en Sevilla, en cualquier rincón de los muchos y maravillosos que tiene esa preciosa ciudad.

Puede ser en la plaza de la Santa Cruz, sentada en la mecedora del patio que se ve tras la cancela de hierro y donde, si cierro los ojos, me es fácil imaginar cómo el eco trae acentos y palabras costumbristas de las obras de los Hnos. Alvarez Quintero.

Puede ser en el Parque de María Luisa, paseando por las inmediaciones de la estatua a María Luisa Fernanda de Borbón que le da nombre y está rodeada de árboles de la bella sombra u “ombús”.

Puede ser en Triana, tomando tapitas en la calle Betis, desde donde se ve la Torre del Oro y la Giralda en la otra orilla del Guadalquivir; De vez en cuando, un barco llevando turistas y dejando una estela blanca, tendida a los pies de la ciudad, a modo de mantilla, vistiendo de gala el río para ser admirado.



Puede ser en la Calle Sierpes, viendo escaparates llenos de mantones, abanicos y peinetas en tiendas “de toda la vida” que llenan el aire de lunares, que se mezclan con nuevos establecimientos de franquicias y grandes almacenes.

Puede ser en la Iglesia de El Salvador o en la de Nuestra Señora la Esperanza de Triana o si es el día siete de diciembre, durante la Vigilia de la Inmaculada, que me busquen en la Plaza del Triunfo, donde rezaré con el alma y cantaré con las tunas con la misma pasión con la que amo esta bonita ciudad, porque sea donde sea, si me pierdo ¡que me busquen en Sevilla!



Imágenes: Maria Rosa Rodríguez Palomar