domingo, 24 de abril de 2011

Cristo ha resucitado. Una alegría que hay que compartir


Cristo ha resucitado, nos ha dado la última prueba para esa fe en la que tantas veces flaqueamos los cristianos, ha resucitado y nosotros hemos de ser testigos de la Resurrección, llevando la alegría y la esperanza a todos los que nos rodean, a los que se creen solos, a los que no tienen nada por lo que luchar, a aquellos que se sienten hundidos, a los que creen que la derrota anida en sus almas y lo hará eternamente porque no hay nada que esperar, hemos de hacerlo porque esta alegría es para compartirla, para sembrarla, para que todos puedan gozar de ella.

Nosotros tenemos esa misión, pero también tenemos mucho miedo y tantas dudas en nuestra vida y en nuestra fe que no nos creemos capaces de semejante empresa. Cristo ha resucitado y nosotros todavía nos preguntamos ¿a dónde vamos? o ¿qué esperamos de esta vida?.

Cristo ha vencido a la muerte y nosotros nos recreamos en buscar eufemismos para alejarla de nuestras vidas, de nuestro vocabulario, de disfrazarla, porque estamos tan atemorizados como los que no tienen fe, o más incluso que ellos. El nos dijo que no temiéramos y aún no le hemos creído del todo, tenemos constantemente un "por si acaso" que abre rendijas o enormes precipicios entre nuestra vida y nuestra fe.

Además, Cristo nos dice que si El ha resucitado, nosotros también lo haremos, nos está dando la mejor noticia que pueda haber, nos ha dicho que nosotros también venceremos a la muerte, nuestra alma es inmortal y, ni siquiera con eso, alcanzamos a tener la alegría profunda y pura de quien se sabe poseedor de un tesoro eterno e incalculable. ¿Qué más queremos?.

Nos deleitamos en el sufrimiento, en la pena, en el dolor, en la tristeza del pecado, de ese pecado de no amar al prójimo, en el de hacer daño al otro, en el pecado de la mentira, nos deleitamos en el intento constante de acabar con la esperanza del otro aunque no sea la misma que la mía, nos deleitamos en nuestras propias miserias, en los bienes tangibles que son tan perecederos como lo es nuestra carne, y pasamos por alto lo mejor, lo que de verdad permanecerá, lo que no tocamos, lo que se siente y penetra en el alma.

Si Cristo resucitó y vive, nosotros también lo haremos. No tenemos que esperar a morir para nuestra resurrección en tantas cosas, que nada nos mate la esperanza, que no haya quien robe nuestra alegría. Hay un mensaje que tenemos que enviar a quienes crean que son capaces de hundirnos, ridiculizarnos, ahogarnos con mentiras, cortar nuestras alas o ponernos cadenas con sus palabras o acciones, un mensaje que hoy tiene la misma fuerza de siempre: 'Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás' (Jn 11, 25-26).

viernes, 15 de abril de 2011

CITA DEL VIERNES


El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio.


autor: Henri Beyle Stendhal

martes, 5 de abril de 2011

ENFERMEDADES GLAMOUROSAS


Dicen las normas de protocolo que no es apropiado en la conversación sacar ciertos temas como el del dinero, desgracias o enfermedades. Al igual que tampoco es apropiado hablar de sexo, religión o política, ni siquiera de temas deportivos donde existan distintos equipos, es decir, todas aquellas materias que puedan llevar a la polémica o discusión. Normas que, sin lugar a dudas, estaréis conmigo, no están hechas para los españoles.


Decidme si no, ¿hay alguna cena entre amigos en la que no salga el tema del fútbol, la política, la economía, e incluso, después de alguna copita, el temita del sexo?. Pues, siguiendo la costumbre general española y para no desentonar con el resto del personal, el fin de semana pasado, en una cena entre amigas celebrando la noche en blanco de Alcalá de Henares tocamos uno de los temas estrella: las enfermedades.


Por cosas del azar, salió a relucir y, dado que tenemos asumido que, a medida que los maravillosos años van acumulándose, es frecuente, si salimos fuera de casa a comer o a cenar, que llevemos con nosotros alguna pastillita. O sea, que vamos de pastilleros, sí, pero en plan decente ¡oiga!, no vaya usted a pensar que es para colocarnos y bailar bacalao. Vamos cada uno con nuestras “cosas”, que el que más y el que menos, tenemos alguna goterilla debajo de nuestras impresionantes (dejadme la ilusión para compensar), fachadas.


Debo reconocer que todas eran más jóvenes que yo, excepto una, Carmen, una chica con un cutis envidiable y una forma física estupenda, que me dejó helada cuando me dijo la edad que tenía, (que, lógicamente, no desvelaré), y de manera totalmente colateral, habló de que tenía Hashimoto. En cuanto lo oí, se me abrieron los ojos como platos, y no pude por menos que exclamar: “No sé lo que es, pero ¡¡suena genial!!”.


Luego, gracias a una de las chicas que es médico, me enteré de que es una enfermedad relacionada con el tiroides. Viéndola, no dudé ni un momento en proponerle el cambio de mi bursitis en la rodilla izquierda e incluso mi futura artrosis, si la ciencia no lo remedia, por su Hashimoto, que, además de sonar genial, la mantenía divina de la muerte.


Y es que no me negaréis que hay enfermedades que suenan muchísimo mejor que otras, te dan un halo de misterio, un baño de glamour, elevan el término “enfermedad” casi, casi hasta el olimpo de los dioses, impulsan nuestra pequeñez humana de cuerpo mortal y débil, hasta la eternidad de lo sublime. Imprimen un infinito carisma que hace que todo aquel que se entere de tu enfermedad y pronuncie su nombre correctamente, que no es fácil, ya que ese tipo de enfermedades tienen nombres casi impronunciables que exigen, cuando menos, saber idiomas, que ¡hasta para eso son elitistas! te considere directamente candidata a una estrella en el Hollywood Boulevard de las enfermedades.


Quizás os parezca exagerado todo lo que digo, y habrá quien opine que esto es una frivolidad pero, teniendo en cuenta que lo que voy a hacer es una comparación semántica sin más con las otras dolencias que sufrimos el resto de mortales, ya me diréis si tengo o no tengo razón.


En la búsqueda de esas enfermedades raras y con nombres rimbombantes, me he encontrado con cosas verdaderamente curiosas, tenemos, por ejemplo: Enfermedad de Fordyce, de Melkersson-Rosenthal, de Heerfordt, de Mikulicz, de Pelizaeus-Merzbacher, ésta, sin ir más lejos, es una enfermedad del sistema nervioso central que se caracteriza por pérdida progresiva de la grasa de la ¡vaina de mielina! que cubre las fibras nerviosas del cerebro, que no digo yo que no sea una faena, pero imaginaos al poseedor diciendo lo de la “vaina de mielina”, que suena a delicatessen parisina.


Pero atención, atención, que he dado con algo que pudiera interesar a alguna o alguno, hay una enfermedad llamada Síndrome de Capgras que, aunque suene a píldora adelgazante, quemagrasa, es un trastorno de la capacidad de identificación. “El paciente ve la cara de su cónyuge, por ejemplo, y está seguro de que se trata de un impostor. Parece que se debe a una desconexión entre el mecanismo físico del reconocimiento visual y la memoria afectiva. El paciente ve un rostro conocido pero no experimenta las reacciones afectivas correspondientes a la visión de ese ser querido, por lo que interpreta que se trata de un impostor”.


A ver qué me decís ahora, ¿eh?, ¿Quién no ha querido alguna vez tener el síndrome de Capgras?. Renegar de los queridos maridos ponecuernos, soplagaitas, aburridos, mentirosos, avaros…etc…etc… gritándoles todo tipo de lindezas y acabando con la frase estrella: ¡es un impostor!, llevándote, no sólo la comprensión de los que te escuchan sino que, además, solidarizándose contigo te digan: ¡Pobrecita, es que tiene el síndrome de Capgras!


Resumiendo, que, aunque todos estemos de acuerdo que lo mejor es estar sanos, si se ha de tener alguna enfermedad obligatoriamente, yo prefiero el síndrome de Capgras a un absceso anal, a una vulgar fístula, a una halitosis o a unas hemorroides, incluso, aunque suene mejor, a una diverticulitis de colon. ¿O no?.