He decidido cerrar el
corazón a cal y canto. Cualquier cartel que los años hayan puesto
en él, será quitado o quedará en el olvido. Ni se vende, ni se
alquila, ni traspaso, este corazón que siempre estuvo y está, que
va conmigo.
Tan sólo será un
músculo que late, una fuente de donde mana la vida, pero ya no
albergará otra cosa que la sangre que va y viene por mis venas.
Tantas veces le he puesto
en peligro y abrí de par en par sus puertas, dejando que se colara
la lluvia a veces de promesas, a veces de esperanzas baldías,
dejando que el invierno le helara con la nieve del adiós inoportuno.
Tantas veces le hice
saltar de gozo y la locura le exprimió con todas sus fuerzas, o le
expuse a las miradas de extraños que encontré en mi camino. Tantas
veces le doblé para entregarlo como regalo de algún aniversario,
que ya no tiene protección ninguna, se le fue la capa de cordura que
protegía sus paredes y ahora el engaño, el dolor, el desgaste con
el paso de los años, están logrando empañar su antigua belleza y
la inocencia va perdiendo su brillo.
A cal y canto, a buen
recaudo, ni siquiera una rendija que deje entrar el sol de primavera,
o la lluvia en las tormentas de verano, ni la nieve de tristes
despedidas, pero tampoco entrará la alegre canción del amor nuevo o
el brillo de una ilusión recién llegada. Aquellos sueños que aún
están por cumplir o los deseos que albergaba hasta ahora, se
quedarán ahí, esperando que algún día caduquen y desaparezcan.
Toda moneda tiene una cara y una cruz y hay que elegir cuál nos hace
más felices o, al menos, cuál nos hace menos daño.
Cerraré el corazón a
cal y canto, y trataré de llevarlo escondido, para que no le rocen
las miradas, ni las palabras, ni el aroma de las flores, ni el color
del cielo en las puestas de sol. Protegiendo con mis manos y mi
cuerpo ese trozo de mí repleto de vivencias, que ahora disfrutará
su retiro, una cura de olvido, de silencio, adiós a la odiada
lejanía, a la cruel ausencia, a todas las cobardías que arañaron
sus paredes. A cal y canto, queda mi corazón a la espera de que
llegue la cabeza hasta su altura.