sábado, 1 de septiembre de 2012

DE LUNAS Y PARAÍSOS






Anoche soñé con la luna. No era azul, ni blanca, tenía el mismo color de tu mirada en ese preciso, minúsculo instante que media entre el deseo y el beso, cada vez que me besabas.

¡Cómo se quedan los colores en la memoria! Igual que se quedan los paisajes, los sabores de nuestra infancia y los olores...recuerdo el olor de la colonia que usaba mi madre en los días especiales, cuando era fiesta y mis hermanos y yo subíamos en el Seat 600, que mi padre conducía como si fuera el último modelo de Fórmula 1 para familias, y acudíamos a algún evento familiar: Bodas, comuniones, bautizos, de esos eventos en los que las mujeres de la familia, abuelas, tías, primas, te dejaban la huella de sus besos en las mejillas con distintos tonos de carmín. Un carmín, por cierto, mucho más permanente que el que usamos ahora, ¡tardaba siglos en quitarse de la cara!.

Pues eso, que anoche soñé con la luna, con una luna que no era, desde luego, la que pisó Armstrong, que ahora probablemente la esté viendo desde una perspectiva desconocida, para él y para todos, allí donde pueda estar.

¡Cómo cambian los lugares donde ponemos el espíritu de los que ya se han ido, según nuestras preferencias!. A mí me gusta pensar que todos los seres que he amado y ya se han ido están en el mismo lugar, incluso aunque entre sí no se conocieran.

Un lugar evanescente, de suelos blandos y ligera brisa, un lugar con hilo musical en el que suenen, no las arpas que tan poco me dicen y me son tan desconocidas, sino aquella música que me llena, me eleva y hace vibrar mi espíritu. ¡Quién sabe! Lo mismo Frank Sinatra o Loreena Mckenitt, o los mismos Panchos, con algún bolero romántico.

Quizás es una manera cómoda de imaginarlo, reunir mis afectos en ese lugar común facilita en mi pensamiento el hecho de que, cuando yo llegue, todos estarán ahí esperándome, sin que tenga que dispersar el amor que les tenía.

¿Y en la luna? ¿habrá gente que coloque sus muertos en la luna, aunque sea con el pensamiento?. Desde luego, si yo lo hiciera, si pensara en la luna como ese lugar acogedor de las almas, me gustaría pensar que era una luna azul, o de un blanco inmenso, puro.

Aunque, si he de ser sincera, si fuera mi alma la que tuviera que acomodar en la luna, me gustaría que fuera de ese color, indescriptible, maravilloso, unión de todos los colores de mis recuerdos infantiles, de todos los vuelos que emprendió mi alma desde que lo vi, ese color con que he dibujado desde entonces el Amor...ese color de tu mirada, en el minúsculo instante que mediaba entre el deseo y el beso, cuando me besabas.