miércoles, 5 de junio de 2013

DE METAS, MOTOS Y MITOS.




Recuerdo que, siendo niña, me quejaba continuamente porque no me gustaba la comida e intentaba dejarla en el plato, o me dolía de mi misma porque no tenía nada que ponerme ya siendo adolescente; Decía esto con terribles lagrimones que salían directamente de mi alma, herida de presunción y vanidad, al contemplar desolada aquel armario lleno de ropa de niña ñoña y ni siquiera un guiño a la modernidad de la minifalda o a los tops que enseñaban el ombligo. Mi madre, que hoy he comprendido era una santa, por aquél entonces, sin embargo, yo tachaba de dura de corazón e indolente, ¡no me “comprendía”! siempre me espetaba la misma frase: ¡Cuántos habrá que no tienen nada que comer, ni que ponerse! ¡Pues, jolines, que vengan a casa a por todo!, pensaba yo, y a veces, en la inconsciente rebeldía de la edad, incluso me atrevía a decirlo en voz alta, exponiéndome a aquellos castigos que los padres de antes sí sabían ponerte, y no los que imponemos nosotros ahora a nuestros hijos que son light totalmente.

Aquélla niña que era yo, aún no había salido de esa nube de la infancia-adolescencia, que entonces me parecía terrible, y en la que creía estaría instalada toda la vida, viéndola como una cárcel de la cual no podría escapar en busca de mi ansiada libertad, hasta el día en que llegara a la meta. Una meta que pareciome siempre lejana, y luego pude ver que duraba lo que dura un suspiro.

Aquella meta imaginaria, que acariciaba con placer y cierta obsesión, era llegar cuanto antes a la edad de los 19 años. No me preguntéis por qué, esa era una edad que a mi me parecía entonces, desde la perspectiva de mis 15 años, la madurez dorada, el nirvana de los años, paraíso de la edad, en la que según mis pobres cálculos, yo me convertiría en una maravillosa mujer que se parecería a una de mis mitos de entonces, Farrah Fawcett Majors, la de los Angeles de Charlie,  con la melena  llena de mechas, con formas, sin granos, independiente, rica, por supuesto, con un vestidor lleno de minifaldas y tops (que no es un invento de ahora) con largas hileras de pantalones acampanados (éstos no se llevan, lo sé, pero hacían furor) y con un novio ¡con moto!, eso sí, porque la moto era también un objeto de deseo, idolatrado e idealizado, ya fuera para mí, ya para mi príncipe soñado, que me vendría a buscar a la puerta de mi trabajo con su melena al viento (porque entonces el pelo largo en los chicos era moderno y los cascos para motos no eran obligatorios), cuando yo fuera Secretaria (otra meta que me parecía “lo más”), después de ir a la peluquería a darme mechas (otro invento, éste debo confesar que terrible y que, sin embargo, anhelaba).

En la actualidad no tengo moto, ni mechas, ni minifaldas, pero sí que alcancé otras cosas…..un novio que, además, luego fue marido, y más tarde “ex”, fui secretaria antes que funcionaria, tengo la ropa que quiero, demasiada, en el armario, y me como toda la comida ¡más de lo que debería!. Ah! Y tengo 19 años…….¡¡dos veces!! y aún me sobran unos cuantos años más.

Me considero una santa, como mi madre, en esa regla no escrita de “pórtate y así se portarán”, porque la vida me ha regalado dos especímenes tal y como yo era, a mi imagen y semejanza, es decir, un hijo y una hija que en su adolescencia se alimentaban prácticamente de pasta, arroz y filetes con patatas, y siempre se quejaban de que no tenían nada que ponerse.

Muchas veces me pregunto si la vida no es una repetición de si misma, si tendrán cierto paralelismo las cosas vividas: Mis deseos de ayer, con esas otras “ansiadas” metas que me fijo cada día hoy, y quizás, en un futuro, contemplemos éstas como ridículas conquistas perseguidas con denuedo. Alcanzaré algunas, lo sé, otras se me quedarán en el camino y muchas las iré yo aparcando después de ver la imposibilidad de obtenerlas. Pero he llegado a la conclusión que sin todas esas metas, la vida no tendría sentido. Hay un cabo suelto, algo que hoy veo de una manera muy distinta y que sigue dándose, repitiéndose dolorosamente, para vergüenza de nuestra generación, y es que sigue habiendo personas sin nada que comer ni que ponerse, y lo que es peor aún, sin un lugar donde cobijarse.