¡Estoy a dieta!, por si alguien
aún no se ha enterado, y digo esto porque desde que he empezado,
hace un par de meses, cuando me la salto, que ya irán unas veinte
veces, lo hago público; es más, yo creo que hago dieta para poder
conjugar el verbo “saltarse la dieta” en todos sus tiempos
me la he saltado, me la voy a saltar, me la salté, me la saltaré...y
así, sucesivamente, pero también os digo, que es saltármela y,
como si hubiera una alarma, un resorte o un guardia de tráfico en
pequeñito dándome el alto dentro de mi, se remueve mi conciencia de
tal modo, que hasta me parece sentir como mi cintura se va
ensanchando por momentos. ¡¡Y así no hay manera!! porque comer y
no poder disfrutar, no está bien.
Y es que, entrar a formar parte de
ese mundo sano, desgrasado y verde, es trasladarse a otra galaxia, a
otra dimensión, donde el médico que te lleva se convierte en un
gurú casi espiritual, que consigue meterse en tu mente, el muy
zorro, para hacerte sentir mal cada vez que tu debilidad humana te
empuja hasta las croquetas y te comes, como quien no quiere la cosa,
una, o dos, si acaso.
¿Qué queréis que os diga? eso
de sentirte como una abyecta criminal y cargar con la culpa hasta el
próximo plato de espinacas, no compensa nada, aunque el premio sean
croquetas caseras o una tostada con cachuela de las que ponen en
cualquier bar de Badajoz a la hora del desayuno!. ¡Qué remedio!,
seguiré con la dieta hasta perder los kilos que me he marcado, pero
el próximo fin de semana, he de saltármela por fuerza, ya que
tenemos fechada una comida mis amigas y yo, por ser...por ser....¡Uy,
se me ha olvidado lo que celebrábamos!.
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