viernes, 18 de julio de 2014

MI ESPALDA




Venías en silencio, para sorprenderme cuando estaba de espaldas, soplabas en mi cuello y me estremecía como un junco movido por el aire. A la orilla de tus ojos se quedaba siempre mi beso dormido, porque no hallé un lugar mejor donde poner mi esperanza y no había paraíso cotidiano como el tuyo, que me fuera tan propicio para encontrar la alegría. Se sucedían los días entre sustos y caricias, pequeños soplos y besos, conquistando mi espalda y poniéndola a tu nombre. Aprendí a amar tus idas y venidas, desde la palabra al hecho desde el hecho a la palabra, porque brotaban perdones lo mismo que desengaños. Hoy tengo pegada a mi, una espalda que no es mía, terreno tuyo, baldío, donde ni siquiera nacen caricias salvajes en primavera.






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