martes, 30 de junio de 2015

TRANQUILO, CORAZÓN


 
Tranquilo, corazón,  yo sé que no me fallaste.  Él te despertó, sin preaviso,  y echaste a volar las campanas,  tocando a rebato,  para poder avisarme del peligro inminente, del riesgo que corría de enamorarme. Desoí cualquier cosa que no fuera mi nombre con la música de su voz.
Los pájaros azules de la ilusión salieron de su letargo, las velas de los sueños desplegadas,  dispuestas a cruzar mares nuevos;  dibujaste primaveras en mi cara y dejaste escapar mil mariposas que paseaban sus colores dentro de mí,  cada vez que notaba su presencia.

…Y fue verdad, se hizo eterna por un  tiempo aquella realidad que era la nuestra, pequeña, sencilla, de pocas cosas pero intensas, compartiendo el pan y la sal de las palabras, con la miel del abrazo y de los besos. 

…Y fuimos felices tú y yo… (y quizás él),  sentía tu latir desbocado cuando sus manos rozaban mi piel, o cuando me sonreía,  iluminando todos los rincones oscuros en los que yo  morí algún día.
Pero la vida cambió en un golpe de viento y derribó las velas de los sueños, una tempestad inesperada acalló la canción de sus palabras y silenció la melodía de lo eterno, se hizo la noche en todas las esquinas donde escribí “te quiero”.

Tranquilo, corazón, estamos juntos en esto. Te propongo un trato,  si tú quieres: yo guardaré tu sueño con cuidado, no intentaré descifrar jeroglíficos de enrevesados silencios, no inventaré novelas ni heroínas de historias imposibles;  echaré con siete vueltas la llave de tu puerta, acolcharé si hace falta el universo entero para no despertarte en mis caídas,  si tú prometes tan sólo una cosa, por favor,  prométeme que seguirás latiendo.

 

lunes, 29 de junio de 2015

LOS CIPRESES CREEN EN DIOS






La memoria es ese algo inexplicable, cancerbero entrenado por la vida, que nos acecha en cada uno de nuestros pasos, esperando traernos del pasado todos aquellos momentos, buenos o malos, que ella guarda, cuida y alimenta con el mismo celo como si de un tesoro se tratara.

Sólo hace falta una palabra, un olor, una voz, un paisaje…para que enseguida nos sirva en esa bandeja del tiempo el pan del recuerdo amasado con la mano de los días y la levadura del sentimiento que despierta en el alma.

 Hace un par de días, me enfrenté por primera vez a la quietud y el silencio de esa estancia última donde tú y otros descansáis y descansaremos todos, antes que las lágrimas, me vino a la cabeza el título de un libro de José María Gironella: “Los cipreses creen en Dios”, y me pareció, mirándolos, que, ciertamente parecían estirarse apuntando hacia arriba, señalando el camino, intentando unir desde la profundidad de sus raíces y por medio de sus hojas, la tierra con el cielo. Tal vez, por eso, es un árbol sagrado entre numerosos pueblos, al que se le llama "el árbol de la vida".

Ya ves, mi corazón quiso apartar la vista y no podía, empeñado en obligar a mis ojos a clavarse en la tierra y en la piedra, en los nombres escritos y en esas cruces hieráticas clavadas en el mismo dolor, que no aliviaban la angustia de no poder alcanzar tu mano para besarla. Mi desesperación se deshizo en lágrimas, al no poder hallarte, al ser incapaz de imaginar que estuvieras allí. Me parecían insultantes las flores que te llevamos con la alegría de su colorido, en medio de aquella sobriedad pétrea y gris, donde no te encontraba.

Pero vino la memoria a salvarme, gritándome desde esas pocas palabras en la portada de un libro, llenándome de esperanza, panacea del mal de la tristeza, y mis ojos se elevaron hasta las últimas hojas de los cipreses, recorriendo lentamente ese camino que va desde el suelo hasta la infinitud azul donde nuestro corazón pone aquello que queremos preservar para siempre…

 Allí estabas, justo donde señalaban los cipreses, en el mismo lugar donde siempre te imaginé desde aquel día de primavera en el que acudiste a la llamada del Señor. Quiero ser como el ciprés, mamá, elevarme desde mis propias raíces, alargar mis brazos, poniéndome de puntillas, mirar hacia arriba hasta poder besar tus manos, allí donde estás, creer como creen los cipreses.

jueves, 18 de junio de 2015

TRISTEZA



Dice el diccionario que la tristeza es “un sentimiento de dolor anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, la insatisfacción y la tendencia al llanto”. Y deduzco que sí, estoy triste.

Porque me duele el alma desde ese “suceso”, por ese desgarro del corazón, jirón que se arrancó de mis entrañas. Mi ánimo sobrevive a duras penas, continuamente insatisfecha, al no hallar ni tu voz, ni tu mirada, ni la palabra justa que tenías para calmar mis miedos y mis dudas. Llorar no es una tendencia, llorar es necesario para mí ahora, es el único modo en que mi alma respira, la única salida del dolor para que no me asfixie y muera mil veces cada día.

He intentado cruzar el umbral de tu puerta con la convicción absoluta de que asumo la ausencia, pero ya en el primer paso, de repente, se hace el silencio en mi alma, contengo el aliento y la respiración, se paralizan los pensamientos que aspiran a ser positivos en un amago de pose valiente que se desvanece enseguida, apenas dura unos instantes, lo que tardo en echar una rápida ojeada por la estancia donde tantas cosas hemos vivido, donde tantas cosas han muerto con tu marcha.

Hay una tristeza, también, en los objetos que, con una quietud como de espera, de expectación constante, despiertan en mí una animadversión inexplicable hacia todos ellos, por haberte sobrevivido. Tus cosas están y tú no; y en esa descarnada realidad, poco a poco, se instalan pequeños vacíos en cada uno de los rincones de la casa, aunque se perciba la huella del amor que la impregna, la calidez del recuerdo amado, del que fue compañero de tu vida y hoy te añora, de todos los que te amamos.

Sentencia esta noche tristezas que nacen de la inexorable ley de la vida.