lunes, 29 de junio de 2015

LOS CIPRESES CREEN EN DIOS






La memoria es ese algo inexplicable, cancerbero entrenado por la vida, que nos acecha en cada uno de nuestros pasos, esperando traernos del pasado todos aquellos momentos, buenos o malos, que ella guarda, cuida y alimenta con el mismo celo como si de un tesoro se tratara.

Sólo hace falta una palabra, un olor, una voz, un paisaje…para que enseguida nos sirva en esa bandeja del tiempo el pan del recuerdo amasado con la mano de los días y la levadura del sentimiento que despierta en el alma.

 Hace un par de días, me enfrenté por primera vez a la quietud y el silencio de esa estancia última donde tú y otros descansáis y descansaremos todos, antes que las lágrimas, me vino a la cabeza el título de un libro de José María Gironella: “Los cipreses creen en Dios”, y me pareció, mirándolos, que, ciertamente parecían estirarse apuntando hacia arriba, señalando el camino, intentando unir desde la profundidad de sus raíces y por medio de sus hojas, la tierra con el cielo. Tal vez, por eso, es un árbol sagrado entre numerosos pueblos, al que se le llama "el árbol de la vida".

Ya ves, mi corazón quiso apartar la vista y no podía, empeñado en obligar a mis ojos a clavarse en la tierra y en la piedra, en los nombres escritos y en esas cruces hieráticas clavadas en el mismo dolor, que no aliviaban la angustia de no poder alcanzar tu mano para besarla. Mi desesperación se deshizo en lágrimas, al no poder hallarte, al ser incapaz de imaginar que estuvieras allí. Me parecían insultantes las flores que te llevamos con la alegría de su colorido, en medio de aquella sobriedad pétrea y gris, donde no te encontraba.

Pero vino la memoria a salvarme, gritándome desde esas pocas palabras en la portada de un libro, llenándome de esperanza, panacea del mal de la tristeza, y mis ojos se elevaron hasta las últimas hojas de los cipreses, recorriendo lentamente ese camino que va desde el suelo hasta la infinitud azul donde nuestro corazón pone aquello que queremos preservar para siempre…

 Allí estabas, justo donde señalaban los cipreses, en el mismo lugar donde siempre te imaginé desde aquel día de primavera en el que acudiste a la llamada del Señor. Quiero ser como el ciprés, mamá, elevarme desde mis propias raíces, alargar mis brazos, poniéndome de puntillas, mirar hacia arriba hasta poder besar tus manos, allí donde estás, creer como creen los cipreses.

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