Otoño, vienes y pintas de ocre la
muerte de las hojas, alfombrando de silencio la casa de la risa y la
alegría, tendiendo sábanas hechas de remiendos de hojarasca para
esconder la ilusión, ahogando la esperanza. Lloran los cielos un
leve llanto de eterna despedida obligando al corazón a caminar a
oscuras, persiguiendo la luz de los recuerdos.
La tarde sangra por la herida de
las horas, buscando respuestas en las palabras no dichas,
deshilvanando madejas de verdades y mentiras, escudriñando tras el
muro del silencio. El pensamiento se pierde en laberintos absurdos,
dando pasos incoherentes, sin sentido, no hay razones suficientes que
avalen la cobardía de un corazón que huye, de una boca que
enmudece, de una mano que se cierra, de unos pies que pisotean las
flores recién nacidas.
Podemos no amar, no sentir, dudar,
soñar, errar en nuestras acciones, ser felices, vivir, morir, crecer
o hacernos pequeños, ahogarnos o respirar, reir, llorar, sentir,
volar, tener miedo, siendo el verbo la vida que elijamos...podemos
hacer y ser las mil cosas que queramos, pero siempre deberíamos
asumir nuestras acciones con valentía, dando la cara, aun a riesgo
de vergüenza, de olvido y de abandono Porque no habrá nada que nos
exima del delito de cobardía...aunque, como el otoño, cubramos de hojarasca la tierra que pisamos.
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