CUMPLIR AÑOS
(María Rosa Rodríguez P.)
Siempre he dicho que la
edad es solamente una cifra, pensaba que no nos definía y que ni
siquiera tendría que condicionarnos. Durante mucho tiempo he estado
totalmente convencida de que esa cifra no podía delimitar nuestro
espacio vital, imponernos un status quo, señalarnos un camino para
andar o un lugar para parar. Tampoco podía decirnos a quien debemos
amar o con quien hemos de estar o lo que debemos hacer, y,
ciertamente, me ratifico en muchas de esas cosas, pero ahora, quizás
deba reconocer también que no estaba del todo en lo cierto.
La edad es una parte
importante de nuestro bagaje, es un contador de kilómetros, una
representación gráfica aproximada, de todas las lunas contempladas,
de todos los paisajes y vivencias que han pasado por nuestra vida,
pero he dicho bien, además de “aproximada”, es tan sólo “una
parte” de muchas, porque nadie vive las mismas cosas en los mismos
años, porque un año, aunque tenga 365 días para todos, no duran lo
mismo, no saben igual, no quedan en nuestra memoria de la misma
manera y, sobre todo, su huella en el alma no es la misma.
Confieso que he deseado
con todo mi corazón que pasaran rápido cuando era adolescente,
anhelando el mundo adulto que imaginaba maravilloso y, también, que
quería que acabara cuanto antes alguno de ellos de triste recuerdo;
Del mismo modo confieso que he odiado la velocidad con la que pasaban
cuando mis hijos crecían tan rápido. Que ha habido años que han
traído cargas y otros, alivio. Confieso que hasta he querido
disimular su paso, aminorar el surco de su huella, a base de cremas
milagrosas, en un brindis al sol de mi propia vanidad.
Me equivocaba, están ahí
y sería absurdo y ridículo ignorarlos, nos gritan desde dentro, nos
salen por la piel, han llenado espacios en blanco y han hecho que
muchas lagunas que teníamos vacías se desbordasen con las
respuestas a nuestras dudas. A veces, nos trajeron sueños logrados
en los hombros y, otras veces, escondían la daga del dolor de las
ausencias entre sus horas, pero también nos regalaron alegrías,
gente, vida y el amor. Han dado forma a nuestras ideas junto con esas
otras partes que conforman lo que somos, tales como la familia, los
amigos, los lugares, las lecturas, los viajes, las vivencias.
Y ahora, cuando este año
nuevo llega a mi vida para acomodarse entre los otros, van tomando
por fin sentido muchas cosas, otras, estoy segura de que nunca me las
explicaré ni con cien años que pasaran, algunas más, dejan caer el
velo que las cubría y muestran una realidad que antes no veía y es
como si el contorno de las cosas, de las personas, de los hechos, se
viera más claro, mostrando su fealdad o su belleza sin pudor alguno.
En definitiva, he llegado
a varias conclusiones: Soy más libre que nunca, más sabia que antes
(comparada conmigo misma nada más), no sólo tengo mis ideas más
claras sino que ¡tengo ideas!, cosa que en otras épocas de mi vida
era algo casi prescindible, me limitaba a vivir y gozar de la vida,
tomar lo que ésta me regalaba sin analizar demasiado. Cuando amo,
amo con toda mi alma con el mismo amor de siempre, porque amar es
algo que nace de uno libremente y nadie ha de decirnos cuánto,
donde, de qué manera y a quién.
He comprendido algunos
valores, como el de la presencia de mis seres queridos en mi vida,
el valor del sacrificio y el trabajo, al igual que el de una opinión
formada sobre las cosas que nos rodean que puede cambiar si uno
cambia, porque nada es inamovible y somos un conjunto de células
vivas y no muebles inertes. Aunque hay cosas que están en nuestras
propias raíces y son imperecederas.
Ha crecido mi fe en Dios
y he de decir, lamentablemente, ha menguado mi fe en los demás. Se
me ha quedado pequeño el concepto de la bondad de los otros con
respecto a lo que antes pensaba y a mi romanticismo recalcitrante, he
descubierto que existe la gratuidad de infligir daño al otro por el
mero hecho de hacerlo y eso me exaspera, me ha sorprendido que muchos
apuesten más por el poder o el dinero antes que por el ser humano,
parece una candidez pero siempre he creído que exageraban quienes lo
afirmaban. De todos modos, aún creo en las buenas personas y en su
generosidad y hay todavía muchas cosas que me conmueven. Siempre hay ángeles
entre nosotros.
Si
al principio decía que la edad es tan sólo una cifra, ahora puedo
decir que esa cifra tiene una influencia, lo queramos o no, en
nuestras vidas, y sí, nos puede condicionar. Pero hay un motor que
nunca debe parar, más allá de los años y del tiempo, que abre
nuestras alas y nuestra mente, que aligera el corazón de sus
cadenas, que hoy es el culpable de que muchos y yo misma seamos felices, y
ese motor se llama ILUSIÓN. Prometo poner todo mi empeño y mi
esperanza en que nunca la perderé.