
Hoy Badajoz ha sido un horno y aún en esta hora que escribo, de madrugada, por lo que estamos ya en domingo, si te asomas a la terraza, te abofetea un calor desagradable y pegajoso en plena cara. Con este panorama, he de reconocer que con buen criterio, mi hijo ha decidido que ya es tiempo de ir a la piscina, decisión unilateral suya con la que me ha dado la tabarra todo el día y que he conseguido aplazar hasta mañana, en un intento de ganar tiempo, porque yo todavía no estoy preparada ni mentalmente ni físicamente. ¡¡Y no es para menos!!.
Con horror, me he imaginado entrando en el club embutida en el traje de baño, sí, porque sería una osada descerebrada si el primer día de piscina usara el bikini, así sin más, sin anestesia ni nada; dejando el tema del peso, que casi está superado, aunque sea solamente por pudor social, es decir: ¡jolines! que aún no nos hemos quitado ese blanco nuclear que hiere los ojos.
He pasado un mal rato solamente pensando que mañana, con ese puntual y emotivo acto de destape, casi impúdico, de los colores invernales, pura y casta piel nívea, dejando al descubierto el fruto de los desmanes del invierno, temerosa de exponerlos a los ojos de todos, quedará inaugurada la temporada veraniega.
Entonces, han venido a mi mente otros “primeros días de piscina” de años pasados, he rememorado llegadas al recinto con una actitud discreta, más que discreta, intentando pasar desapercibida, cruzando el pasillo de tumbonas donde tendidos los cuerpos, bronceados, los socios te escrutan con su mirada, paso saludando a los conocidos y parándome a hablar con ellos como si nada, disimulando mi contrariedad e intentando tapar lo que el pareo deja al descubierto, haciendo filigranas con el maxi bolso por la derecha y la toalla, estratégicamente colocada, cubriendo el flanco izquierdo.
Mentalmente me doy ánimos, pero sé lo que me encontraré, hay socios que llegan los primeros, ¡porque hay que ver lo que madrugan los jodíos! para ponerse al principio de la piscina, por donde inexorablemente tenemos que pasar todos los que venimos después. Allí, como jueces mudos, observando la pasarela improvisada, te miran de arriba a abajo evaluándote, los que juegan al paddle, o al tenis, o al golf y también todos los que antes de que llegue el verano se preocupan en tomar rayos uva, iva, ovo y lo que se tercie.
En un abrir y cerrar de ojos radiografían todo, desde el cuerpo que luzco hasta el color del traje de baño, si es que son capaces de descubrirlo bajo el pareo, el maxibolso y la toalla, parapetos tras los cuales me escondo, ¿por qué? Porque el único deporte que practico es el mus, y con ese no cojo nada de color, si acaso una 31 con pares, que no está nada mal, pero de bronceado nada de nada. Porque no tomo rayos uva ni iva ni ovo, ¡si ni siquiera he tomado nunca el Ave! Y porque me parece de muy mal gusto interesarse por la salud de la familia con el ombligo al aire o afirmar que “están bien gracias a Dios”, enseñando medio glúteo a cada lado.
Me cabe la esperanza de que, si dejo a un lado esa manía tonta de que el domingo hay que aprovecharlo para dormir porque no se trabaja, y madrugamos para llegar los primeros a la piscina del club y coger sitio de preferencia en la pasarela, me ahorro el mal trago y puedo cotillear toda la mañana en sitio privilegiado.