Tranquilo, corazón, yo sé
que no me fallaste. Él te despertó, sin preaviso, y echaste a volar
las campanas, tocando a rebato, para poder avisarme del peligro
inminente, del riesgo que corría de enamorarme. Desoí cualquier cosa que no
fuera mi nombre con la música de su voz.
Los pájaros azules de la ilusión
salieron de su letargo, las velas de los sueños desplegadas, dispuestas a
cruzar mares nuevos; dibujaste primaveras en mi cara y dejaste escapar
mil mariposas que paseaban sus colores dentro de mí, cada vez que notaba
su presencia.…Y fue verdad, se hizo eterna por un tiempo aquella realidad que era la nuestra, pequeña, sencilla, de pocas cosas pero intensas, compartiendo el pan y la sal de las palabras, con la miel del abrazo y de los besos.
…Y fuimos felices tú y yo… (y quizás él), sentía tu latir desbocado cuando sus manos rozaban mi piel, o cuando me sonreía, iluminando todos los rincones oscuros en los que yo morí algún día.
Pero la vida cambió en un golpe de viento y derribó las velas de los sueños, una tempestad inesperada acalló la canción de sus palabras y silenció la melodía de lo eterno, se hizo la noche en todas las esquinas donde escribí “te quiero”.
Tranquilo, corazón, estamos
juntos en esto. Te propongo un trato, si tú quieres: yo guardaré tu sueño
con cuidado, no intentaré descifrar jeroglíficos de enrevesados silencios, no
inventaré novelas ni heroínas de historias imposibles; echaré con siete
vueltas la llave de tu puerta, acolcharé si hace falta el universo entero para
no despertarte en mis caídas, si tú prometes tan sólo una cosa, por
favor, prométeme que seguirás latiendo.
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