
¡Ayer conseguí meterme dentro de mi pantalón rojo!. Es una de esas prendas “estrella” que guardas en el armario y a las que el tiempo (lleva varios años conmigo), y la imposibilidad de ponértelas, (durante dos años estuve sin ponérmelo por haber engordado), les confiere un halo seductor, recordándome tiempos y momentos mejores, más “ligeros”.
Mi pantalón rojo se había convertido en el reto a conseguir, durante dos temporadas no hubo manera humana, ya fuera metiendo tripa, ya fuera corriendo el botón, de volver a sentir esa sensación maravillosa de envolver la silueta de tu trasero con el rojo desafiante ante cualquier mirada, algo así como decir: “Sí, aquí estoy yo, y este es mi culo”. Ayer sí, por fin me lo puse y, como si de un premio al tesón y al esfuerzo se tratara, coseché un piropo, para mí que fue gracias a mi pantalón rojo.
El caso es que hacía tiempo que no oía piropos, requiebros, lisonjas o como queramos llamarles, esas frases cortas, directas, unas con gracia y otras desafortunadas, pero que hace tiempo eran parte de la vida misma, y hoy, salvo algunos amables miembros del gremio de la construcción, pocos se atreven a lanzarte. ¡Oye, qué alegría cuando lo escuché! Y que además fue en estéreo, que eran dos los caballeros, de mediana edad por cierto, que con un: “Mira, mira, mira qué cosita viene por aquí” esperaron que llegara a su altura, la verdad que me hubiera sonrojado si hubiera tenido edad de rubores, pero no.
Aunque lo mejor vino luego, cuando al sobrepasarles y después de que admiraran el frontal de mi persona, por así decirlo, justo cuando les di la espalda, uno exclamó algo parecido a esto: “UOHH!” y el otro un: “¡MADRE MIA!” que momentáneamente me llevaron a confusión, ya que no sabía si era un ¡oh, vaya culo más bonito! O un ¡oh, vaya enorme culo! O tal vez un ¡madre mía, qué culito más majo! O quizás un ¡madre mía, qué culo tan gordo!.
Como no me atreví a volverme y preguntarles qué habían querido decir exactamente con sus exclamaciones, porque yo en el fondo, a pesar de envolver en rojo mis carnes morenas, soy una tímida de narices, y también soy consciente de mis limitaciones y de que no todas podemos ser la Jennifer López, pues me alejé de allí pensando que la primera impresión es la que cuenta y esa fue de subidón total de moralina, que no todos los días le dicen piropos a una y además en estéreo.
De todos modos, creo que aún dormirá una temporada más el pantalón rojo dentro del armario, esperando tiempos mejores, que no quiero ser de esas a las que ¡las visten para provocar!.