
No soy perfecta, y ¡mira que lo intento!, pero no es culpa mía. Cada día tengo un momento en el que pienso “me encantaría ser perfecta”, pero claro, las cosas no se cumplen solamente con desearlas y aquí sigo, cargando con mis imperfecciones, no por mi gusto, sino porque éstas son más difíciles de erradicar que los malditos kilos de más, que también me hacen pasar lo mío.
“A ver si este año me organizo un poco y acabo con esto”, cada año me hago la misma reflexión en el mes de enero, coincidiendo casualmente con el comienzo de mi agenda, bueno, de una de mis agendas, que ésa es otra, ¿por qué nunca recuerdo dónde pongo la agenda en la que apunto las cosas que no quiero olvidar? Durante unos días suelo llevarla en el bolso para apuntar ideas que se me vienen a la cabeza, proyectos, gastos, poemas, citas, cumpleaños y tacos, sí, creo que eso es una reminiscencia de mi infancia; al igual que entonces, cuando me siento contrariada por algo, cabreada, hundida, hasta las narices o profundamente rabiosa, lleno una página de la agenda de “cacas, culos, pedos y pises” en versión adulta.
Esas agendas en las que se mezclan todas esas cosas, son fiel reflejo de mi caos existencial, (¡uy, qué fuerte suena esto!, ¿no?) en fin, lo que quiero decir es que si la perfección existe, yo quiero alcanzarla, aunque solamente sea en la organización de mi vida y para los días pares. Los demás, incluido el viernes, que es impar y suelo salir por la noche, los dejaría para darle un respiro al espíritu y un guiño a las pequeñas locuras.
Pero volviendo a mi deseo de perfección y en qué podría reflejarse, empezaría por la cocina, siempre he querido tener los recipientes colocados por tamaños, bien alineados en los armarios, con los cereales, pasta, legumbres, etc. todo en perfecto estado de revista; en el frigorífico los “tupper” formando torres simétricas, botellas y botellines en escala y en el cajón de la verdura, gracias a su transparencia, adivinar los colores brillantes en degradé de las espinacas, judías verdes y brócoli, y al lado perfectamente conjuntada la calabaza con la zanahoria. Conozco a alguien que lo hace, ¡uf cómo la envidio!
En el cuarto de baño, las cremas por orden de aplicación, limpiadora, tónico, hidratante, nutritiva. Los geles, champús y leches corporales, por olores, quizás de más suave a más penetrante. Pinturas, peines y demás, organizados al mínimo detalle. Lo necesario nada más, deshacerme de todo aquello que en el último año no hubiera usado (os sorprenderíais de la cantidad de sombras, barras de labios, esmaltes que tengo y que he usado una sola vez o nunca).
Armarios, zapateros, cajones, estanterías, librerías.....¡Dios mío, no es que quiera serlo, es que necesito ser perfecta! Son muchos los escollos a salvar para dejar atrás el caos y alcanzar el nirvana de la perfección. Me diréis que es imposible, que ningún ser humano puede tener organizado todo eso al detalle, pero creedme, existen “personas humanas” que son capaces, si no de ser perfectas, al menos de rozar la meta tan ansiada por mí.
No creáis que me cruzo de brazos, también cada año inauguro la temporada de cambios haciendo un gran zafarrancho de combate en el que me deshago de algunas cosas, coloco y ordeno, organizo, aparentemente, mi vida y durante un tiempo vivo en la creencia de que tengo todo controlado, pero son espejismos, porque los objetos siempre vuelven a cobrar vida propia, permutan, saltan, corren y vuelan de un cajón a otro, se mezclan entre ellos haciendo alarde de un mestizaje inanimado que da miedo y terminan por fundar su propio imperio, el imperio del caos y la desorganización, donde la anarquía anida en cualquier rincón, engullendo mis ansias de perfección. Un ejército de objetos muy diversos, me tiene totalmente en sus manos.
Me obligan a mantener el desorden que han creado, a someterme a su anarquía y, aunque me cuesta mucho refrenar mi natural impulso de querer organizarlo todo y mato el gusanillo intentando arreglar mi bolso de manera que no tarde siempre más de diez minutos en encontrar las llaves, termino por acatar el desorden establecido, al menos durante trescientos días más, hasta que me compro agenda nueva con un nuevo año que estrenar.