sábado, 25 de mayo de 2013

VIVIR LA VIDA



A menudo me pregunto por qué las personas reaccionamos de tan diferente manera a las mismas cosas, siendo de parecida edad, cultura, entorno, etc. Me digo que no hay dos personas iguales, y puede ser una razón, me digo que Dios nos hizo diferentes y somos únicos, y puede ser una razón, y me digo también que hay muchos refranes, esa sabiduría popular sin límites, que plasman de manera irrefutable el hecho de que cada uno tenga distintos gustos y reacciones. Por ejemplo: “Para gustos, se hicieron los colores”.

Pero todo eso no explica por qué hay gente que parece anciana, siendo joven, y viceversa, y no me refiero al físico, que podría deberse a la genética, costumbres y hábitos de cada uno. No, no me refiero a eso, sino que interiormente, a veces, me encuentro con jóvenes que tienen las mismas expectativas de “vida”, proyectos y “esperanza” que un anciano de 90 años, es decir, casi nulas. Y, sin embargo, conozco gente que por su edad podrían ser abuelos de los primeros y encaran la vida cada día con una ilusión y una esperanza distintas, o las mismas, renovadas, y eso les empuja a seguir de pie, en lucha continua con todos y cada uno de los obstáculos que la vida les pone, se entregan en un combate cuerpo a cuerpo con las circunstancias adversas, y sorprendentemente, salen victoriosos, ya que de eso se trata, de ¡vivir la vida!, pero con un concepto un tanto diferente a como creen algunos que hay que hacerlo.

De acuerdo en que cada uno tenemos un concepto distinto de cómo vivir nuestra vida, no discutiré eso, desde luego. Pero esto es lo que yo creo:

Vivir la vida no creo que sea salir de marcha hasta las tantas, machacando el hígado y luego dormir hasta las tres de la tarde, vivir la vida no debe ser tampoco ponerla en peligro volando por una carretera al volante de un coche, vivir la vida tampoco me parece que sea entregarse al primero que encuentras en un bar de copas, jugando a la ruleta rusa física y psicológica, en un cóctel de sexo y alcohol que lo más probable lo único que te deje sea un vacío enorme a la mañana siguiente. Vivir la vida, en cualquier caso, tampoco creo que sea ir dejando cosas por la cuneta de los años, que , aunque no les demos importancia, la tienen y mucha, tales como la autoestima, la dignidad, la salud, la libertad. ¿No debería ser al revés?, ¿aumentar nuestro bagaje, enriquecer nuestro espíritu, conocer personas que nos aporten o que sean capaces de ver y apreciar lo que tenemos nosotros que aportar?

No tengo la fórmula mágica, pero lo que sí recuerdo, como muchos de vosotros, seguro, es que cuando era niña, siempre me levantaba pensando en algo que me ilusionaba, ya fueran mis juguetes, un día especial, jugar con las amigas, un cumpleaños, etc..

Cualquier cosa nueva que aparecía en mi vida, cosas inesperadas que me hacían feliz, regalos, visitas, comidas, dulces, días especiales como ya he dicho, hacían que mis ojos se abrieran de manera descomunal y exclamaba un oohhh! Tan largo que dibujaba en los mayores sonrisas de satisfacción por haberme proporcionado tamaña alegría, si ellos eran los artífices, y si no, disfrutaban igualmente. Eso lo sé, porque yo he actuado igualmente con mis hijos, he disfrutado con sus alegrías y sus caras sorprendidas.

Esa época feliz de la niñez, de la candidez, de enfrentarnos a la vida con la pureza inocente de quien se enfrenta a lo nuevo y desconocido a corazón abierto, dejándose invadir por la sorpresa, es algo que podemos repetir cada día, si conservamos la capacidad de que las cosas nos sorprendan, no dando por hecho nada, no viniendo de vuelta de las cosas ni pasándonos de listos, dejémonos sorprender, porque quizás no sepamos tanto como creemos, ni hayamos visto aún todo lo que la vida nos ofrece. Lo malo viene solo, lo malo daña igual, lo malo, quizás, nos sorprenda también para mal, y hemos de aceptarlo porque forma parte de la vida; Pero, dejemos que nos invadan las pequeñas cosas cotidianas, esas en las que casi nunca pensamos, en las que no nos paramos a mirar porque siempre estuvieron ahí. Pongámonos las gafas de ver de cerca para ver lo pequeño o las de lejos, para ver con perspectiva las cosas, pero aprendamos a mirar de nuevo...como cuando éramos niños.

Empecemos a “vivir” la vida que nos rodea.

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