A menudo me pregunto por
qué las personas reaccionamos de tan diferente manera a las mismas
cosas, siendo de parecida edad, cultura, entorno, etc. Me digo que no
hay dos personas iguales, y puede ser una razón, me digo que Dios
nos hizo diferentes y somos únicos, y puede ser una razón, y me
digo también que hay muchos refranes, esa sabiduría popular sin
límites, que plasman de manera irrefutable el hecho de que cada uno
tenga distintos gustos y reacciones. Por ejemplo: “Para gustos, se
hicieron los colores”.
Pero todo eso no explica
por qué hay gente que parece anciana, siendo joven, y viceversa, y
no me refiero al físico, que podría deberse a la genética,
costumbres y hábitos de cada uno. No, no me refiero a eso, sino que
interiormente, a veces, me encuentro con jóvenes que tienen las
mismas expectativas de “vida”, proyectos y “esperanza” que un
anciano de 90 años, es decir, casi nulas. Y, sin embargo, conozco
gente que por su edad podrían ser abuelos de los primeros y encaran
la vida cada día con una ilusión y una esperanza distintas, o las
mismas, renovadas, y eso les empuja a seguir de pie, en lucha
continua con todos y cada uno de los obstáculos que la vida les
pone, se entregan en un combate cuerpo a cuerpo con las
circunstancias adversas, y sorprendentemente, salen victoriosos, ya
que de eso se trata, de ¡vivir la vida!, pero con un concepto un
tanto diferente a como creen algunos que hay que hacerlo.
De acuerdo en que cada
uno tenemos un concepto distinto de cómo vivir nuestra vida, no
discutiré eso, desde luego. Pero esto es lo que yo creo:
Vivir la vida no creo que
sea salir de marcha hasta las tantas, machacando el hígado y luego
dormir hasta las tres de la tarde, vivir la vida no debe ser tampoco
ponerla en peligro volando por una carretera al volante de un coche,
vivir la vida tampoco me parece que sea entregarse al primero que
encuentras en un bar de copas, jugando a la ruleta rusa física y
psicológica, en un cóctel de sexo y alcohol que lo más probable
lo único que te deje sea un vacío enorme a la mañana siguiente.
Vivir la vida, en cualquier caso, tampoco creo que sea ir dejando
cosas por la cuneta de los años, que , aunque no les demos
importancia, la tienen y mucha, tales como la autoestima, la
dignidad, la salud, la libertad. ¿No debería ser al revés?,
¿aumentar nuestro bagaje, enriquecer nuestro espíritu, conocer
personas que nos aporten o que sean capaces de ver y apreciar lo que
tenemos nosotros que aportar?
No tengo la fórmula
mágica, pero lo que sí recuerdo, como muchos de vosotros, seguro,
es que cuando era niña, siempre me levantaba pensando en algo que me
ilusionaba, ya fueran mis juguetes, un día especial, jugar con las
amigas, un cumpleaños, etc..
Cualquier cosa nueva que
aparecía en mi vida, cosas inesperadas que me hacían feliz,
regalos, visitas, comidas, dulces, días especiales como ya he dicho,
hacían que mis ojos se abrieran de manera descomunal y exclamaba un
oohhh! Tan largo que dibujaba en los mayores sonrisas de satisfacción
por haberme proporcionado tamaña alegría, si ellos eran los
artífices, y si no, disfrutaban igualmente. Eso lo sé, porque yo he
actuado igualmente con mis hijos, he disfrutado con sus alegrías y
sus caras sorprendidas.
Esa época feliz de la
niñez, de la candidez, de enfrentarnos a la vida con la pureza
inocente de quien se enfrenta a lo nuevo y desconocido a corazón
abierto, dejándose invadir por la sorpresa, es algo que podemos
repetir cada día, si conservamos la capacidad de que las cosas nos
sorprendan, no dando por hecho nada, no viniendo de vuelta de las
cosas ni pasándonos de listos, dejémonos sorprender, porque quizás
no sepamos tanto como creemos, ni hayamos visto aún todo lo que la
vida nos ofrece. Lo malo viene solo, lo malo daña igual, lo malo,
quizás, nos sorprenda también para mal, y hemos de aceptarlo porque
forma parte de la vida; Pero, dejemos que nos invadan las pequeñas
cosas cotidianas, esas en las que casi nunca pensamos, en las que no
nos paramos a mirar porque siempre estuvieron ahí. Pongámonos las
gafas de ver de cerca para ver lo pequeño o las de lejos, para ver
con perspectiva las cosas, pero aprendamos a mirar de nuevo...como
cuando éramos niños.
Empecemos a “vivir”
la vida que nos rodea.
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