Un amigo me preguntó una vez
¿cuánto de mi hay en lo que escribo? ¿cuántas cosas de las que
cuento he vivido? ¿cuántos sentimientos míos son los que expreso
en cada verso, en cada línea que publico? Y, realmente, no supe
contestar. Pero hoy sí, hoy creo que puedo hacerlo.
Cuando uno escribe es una fuente
que mana, y mana el agua que está dentro nacida en el manantial de
su alma, y el agua que se une en el mar de la vida, y la que arrastra
la lluvia de las vivencias, y ese agua que queda estancada en los
recodos que forma el río del día a día y, por alguna desconocida
razón, salen por la fuente cuando menos se espera. Y también el
agua que recoge en su camino, de los conocimientos, de las vivencias
de otros...
Escribir es mezclar las aguas de
la memoria con las del deseo, las de la imaginación con las de la
realidad, escribir es poner tu huella en la vivencia de otros, o
desplegar lo vivido por ti como una alfombra donde se posan palabras
nuevas.
Escribir es llorar y reír con
lágrimas ficticias y sonrisas inventadas, pero también es sangrar
con la herida que uno lleva escondida en su propia piel. Escribir, es
dejar que vuele la pluma con el ritmo del latido del corazón y
correr por los renglones con tus propios pies, o con las alas que
presta la magia de la noche, con testigos como la luna y alguna
estrella perdida.
Escribir es dibujar en el aire
filigranas que luego viven en los versos para siempre, y hacer
bodoques bordados con las letras que nos encontramos perdidas en el
cajón de la memoria, e incluso en el del olvido. Poner con palabras
eternas sentimientos efímeros y, al contrario, con vocablos
corrientes, esos sentimientos que durarán toda una vida en nosotros.
¿Cuánto de mi hay en lo que
escribo? ¡Todo! Porque mana de mi fuente. ¿Cuantas cosas de las que
cuento he vivido? ¡Todo! Porque viven en mi agua. Son gotas que
forman mi río. Pero ¡ay! Amigos míos, nunca sabré, si realmente
cuento lo que viví, o lo escuché, o fue soñado...algún día,
porque los que escribimos tenemos la maravillosa virtud de desubicar
los lugares, atrasar o adelantar cuanto queramos el reloj del tiempo
y hermanar historias, hilvanar besos y coser a la cometa de los
sueños, como si fueran la cola de la misma, nuestras palabras,
para que formen parte de ellos.