Rodea mi cintura el invisible hilo del destino que enlaza vidas como quien junta flores,
para tejer guirnaldas de colores imposibles. Bajo la atenta mirada de una luna nueva, que sostiene entre sus manos la espada que Damocles temió en su día. Somos marionetas cubiertas de pétalos que se mueven en manos del tiempo.
Estas
ganas de abandonarme al vaivén de tus idas y venidas y hacerlas
cotidianas, de renegar de la sangre y convertir en vino el agua
que apaga la sed de lo correcto, hacen que tiemblen las
columnas de mi templo, fortaleza en la que vivo y sueño. Tiembla
esta vida, segura y placentera, que fui haciendo con las pequeñas
cosas que conquisté a lo largo de los años.
Aquí me tienes, sin voluntad ninguna, a merced de las horas ignotas, durmiendo cada noche en el regazo de la espera, temiendo despertar y que no estés a mi lado. Mis pétalos se tiñen del color de tus ojos.
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