Me asomo al Guadiana por los ojos
de sus puentes. En la memoria, aún, el sol derramándose en la
Alcazaba. Los bancos de sus orillas guardan ecos de palabras de amor,
y ese sonido sordo, inconfundible, de labios que se juntan para
regalarse besos.
Creí oír sus pasos acercándose, recortada su figura a contraluz, mientras el sol era hoguera que quemaba la distancia, sonaban lentos sus andares de paseo, a media tarde, saboreando el tiempo y el paisaje.
Creí que extendía sus manos hacia las mías, y adiviné una sonrisa en su cara...¡qué corazón el mío tan loco y tan extraño!, escapándose del pecho para correr a su encuentro, ¿o quizás vive en él y viene a mi para indicarme el camino?.
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