Cuando pienses en mi, hazme el
favor, de no envolver tus recuerdos en la seda de colores que regala
el amor e idealiza en la distancia. Quita las alas de ángel de mi
espalda y pon en mi frente la arruga que dibujaba el asombro en mi
expresión embobada, cuando contabas historias que parecían
increíbles; recuerda los pequeños surcos que se formaban alrededor
de mis ojos, cuando reíamos a carcajadas y el trazo de mis hoyuelos
que ya se iba alargando, cada vez que mis labios te regalaban
sonrisas.
Piensa en mi caminando cansada,
cuando los tacones se convertían en tortura y me ofrecías tu brazo
en un amoroso gesto. Desecha de tu mente mi imagen haciendo
filigranas en la pista de baile y recuerda tan sólo el vaivén de
unas caderas, que se apretaban demasiado en los tejanos, debido a los
kilos de más, que ponían en ellas las cañas compartidas en
nuestras largas charlas de tardes de domingo.
No des a mis ojos en tu memoria
colores imposibles, ni borres las huellas que dejaban en ellos las numerosas noches, noctámbulos los dos, entre besos y confidencias jamás
contadas, cuando te miraba ladeando la cabeza, en mi mano apoyada.
No creas que levito, ni vuelo, ni
siquiera me deslizo por la acera... ¡no es que no quisiera!,
sencillamente, mi amor, la gravedad me lo impide, la gravedad de los
años vividos, de los pasos dados, de las experiencias acumuladas, la
gravedad de ser tan sólo una mujer de carne y hueso, eso sí:
¡enamorada!
Si quieres encontrarte con
aquélla, perfecta, sutil, etérea, bella, infatigable, elegante,
divertida, maravillosa mujer, sin la pinza en el pelo sujetándose el
flequillo, con las uñas recién pintadas, en el peso ideal,
bailarina voladora...asómate con cuidado, sin caerte, al balcón
abierto de mi alma. Allí te estoy esperando, como siempre, con el amor intacto y las
alas prendidas en mi espalda.
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