Quien pudiera volver a los siete años siendo la noche de Reyes, cerrar los ojos y aparecer en aquella Cabalgata que aún hoy vive en mi recuerdo con los colores alegres y el mismo brillo estelar que se grabaron en mi retina ya para el resto de mis días. Gritar con la misma fuerza con que grité a Baltasar, sentado en el gigantesco elefante plateado, desde donde agitaba su mano enfundada en el guante blanco, tan blanco como sus dientes en medio de aquella cara de chocolate, que hoy sé de falsa negritud y entonces tan real me parecía.
Quién pudiera levantar los ojos y ver a Blancanieves y a las hadas, y al príncipe sonriente en su caballo, y a los pajes y piratas, y a Campanilla volando bajo un cielo iluminado por fuegos de artificio. Quién pudiera tener los ojos abiertos de par en par y la completa seguridad de encontrarse en el paraíso inigualable de un mundo fantástico y distinto que, tan sólo una vez al año, abre sus puertas para todos los corazones infantiles que por ser quienes son, son los únicos que pueden verlo de esa manera que lo ven.
Quién pudiera poner hoy los zapatos con aquella misma ilusión y aquellos nervios, esperando todo... y más, de la magia de los Reyes; quién pudiera esperar y creer en que, tal vez, milagrosamente, llegará lo esperado.
Quién pudiera sentir el corazón palpitar apresurado y no ser capaz de dormir cuando uno quiere pronto y deprisa, aunque apriete los párpados fuertemente para que pase el tiempo y lleguen a casa aquéllas figuras mágicas. Guardando la secreta ilusión de ver de refilón la capa, la silueta, la mano enguantada de alguno de ellos, oler su perfume, sentir su calor.
Sí, volvería, mil veces, volvería, porque hoy sé que toda esa ilusión, toda la magia, todo lo vivido en aquellos años de infancia que hoy recuerdo como la mejor y más pura época de mi vida, fue construida año tras año gracias a la sencilla y silenciosa labor de los verdaderos Reyes, mis padres. Los sueños eran míos y mía la fantasía. La fe y la espera, dulce espera de mi corazón de niña, formaban parte de mí, pero quienes modelaban el barro de la realidad y le daban la forma de lo soñado, eran ellos, la varita mágica eran ellos, la estrella fugaz eran ellos, la mano que colocaba suavemente el juguete junto a los zapatos, siempre era la suya ...y suya era la sombra, la silueta, el perfume, el beso cálido y el susurro en la madrugada de cada cinco de enero.
Lo comprendí el día en que fui madre y acepté con ello la misión de ser un instrumento al servicio de la imaginación, acepté ser la mano que colocara los deseos en el balcón, la que quitara el envoltorio al polvorón y diera un mordisco a la realidad para convertirla en sueño. Y es ahora cuando he comprendido quienes eran los verdaderos Reyes Magos y es ahora cuando he visto por primera vez, lo que escondían los zapatos y no fui capaz de encontrar cuando era niña, porque Dios lo guarda, y nos lo hace ver en el momento en que nos convertimos nosotros mismos en los Reyes y en Magos, y es que el amor no tiene forma, ni ocupa, ni pesa, ni huele, ni tiene sabor....es como la estrella fugaz que nos guía...o debería guiarnos.
Felices Reyes Magos, amigos.
FELIZ 2012.
ResponderEliminarPor unas u otras razones, es una noche tan especial...
Un besito.
Gracias, Jesús, amigo, te deseo también un feliz año nuevo y que sigan tus éxitos literarios. Besos
ResponderEliminarComo siempre muy bonito lo que escribes. Pero ¿quien te ha dicho a ti que hayamos perdido las ilusiones?... ¿acaso todo quisqui no estamos esperando con toda la ilusión del mundo que este año sea mejor que el pasado, a pesar de que los indicadores se empeñen en mostrarse cenizos?
ResponderEliminarLos Reyes existen: te pongas como te pongas.
Besos y muchas ilusiones.