Se vio reflejada en el agua y
quiso reconocer la mujer que creía ser, la que sentía por dentro,
esa belleza serena que convertía sus pensamientos en melodías
hechas de palabras y silencios. Creyó que vería su largo cabello
negro, como la noche, y en él, el adorno de estrellas diminutas que
brillaban enmarcando su rostro, terso y blanco como la nieve. Pero,
en lugar de eso, una cara ajada por el tiempo y surcada de arrugas
minúsculas, sorprendida y asustada, miraba directamente a sus ojos
desde el agua.
No quiso enfrentarse a la
realidad, aquel rostro no era el suyo, aquella cara no tenía la
belleza que brotaba en su corazón, fuente inagotable de vida y
esperanza, de risas cristalinas, de futuros aún por venir...Aquella
cara, definitivamente, no era la suya. En un ademán disimulado,
como no queriendo dar importancia a lo visto, producto, sin duda, de
las luces confusas de la luna en el mar, y alguna estrella perdida
que deformaba las sombras, tocó el mar con caricia de amante
contrariada, rechazando el regalo que éste le ofrecía, su imagen en
la plata con que la luna pintaba el agua, y rompió la imagen en mil
ondas minúsculas que se esparcieron en círculos concéntricos, mil
caras deshechas, dos mil miradas acuosas disolviéndose en la mentira
de un sueño de agua y sal. Siguió la barca deslizándose sobre las
flores, espejismo que creía con el alma.
Del aleteo de las mariposas
nacía la brisa para mover su vela. Dormitaba la beldad con sus ojos
entornados, soñando, siempre soñando...mientras la realidad se
alejaba en círculos cada vez más grandes...¿Quien era ella de
verdad?
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