Hay algo mágico e inexplicable cuando se tienden las manos al cielo, con los brazos abiertos de par en par; ya estén vacías o llenas, rogando o agradeciendo, es cono querer abarcar con ellas simbólicamente el Universo, para impregnarnos de la idea de que somos parte de él, de que cada uno de nosotros somos, aunque minúsculos y apenas perceptibles, un hilo de la trama que sustenta y compone la Vida.
¿Quién puede sentirse poderoso y por encima de otros, contemplando la grandeza que nos rodea?
¿Quien puede sentirse insignificante sabiendo que somos parte de ella, contemplando la grandeza que nos rodea?
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